sábado, 26 de enero de 2008

Violencia en Colombia...

María Victoria Uribe, miembro de la Comisión de la Memoria, habla sobre las similitudes y las diferencias de La Violencia de los años 50 y con la que vivió el país en los últimos años

ENTREVISTA
“Cada muerte nos debe doler como si fuera la propia”
¿Por qué en menos de medio siglo hemos vivido dos olas de barbarie?
Fecha: 12/08/2007 -1336

La antropóloga María Victoria Uribe, miembro de la recién creada Comisión de la Memoria, ha estudiado como pocos los métodos de terror que se han usado en Colombia. A sus estudios sobre la Violencia de los años 50 publicados en las últimas dos décadas, se suman recientes investigaciones sobre las masacres y los crímenes de los paramilitares de los años 90. SEMANA habló con ella sobre ambas épocas.

SEMANA: ¿En que se parecen la violencia de los años 50 y la actual?
MARÍA VICTORIA URIBE: Que tanto la una como la otra son una carnicería, una atrocidad y una barbarie de la que no se habla mucho, y que cuando se hace, tildan a la persona de morbosa. Los colombianos deben saber que tanto en La Violencia como en esta guerra que vivimos, miles y miles de personas fueron asesinadas, torturadas y mutiladas.

SEMANA: ¿Qué ha cambiado de esa violencia a la de hoy?
M.V.U.: Cambiaron los métodos para matar. Ahora la carnicería es más eficiente. Se mata con armas de fuego y con motosierra.
SEMANA: ¿Por qué no basta con sólo matar?
M.V.U.: Matar es un procedimiento de la guerra, en cambio rematar y contramatar es un mensaje extra que se les está enviando a los que sobreviven. No es lo mismo matar de un tiro que matar decapitando, haciendo el corte de franela, de corbata, o de mica; desangrando al otro.

SEMANA: ¿En las dos épocas se buscaban los mismos objetivos?
M.V.U.: Los paramilitares descuartizan generalmente por pragmatismo, porque es más fácil enterrar o tirar al río el cuerpo 'picado'. Mientras en la época de La Violencia el cuerpo era sometido a todo tipo de cortes, desbaratamientos y deformaciones.

SEMANA: Usted ha dicho que la policía chulavita fue la que desató la barbarie en los años 50 ¿ por qué?
M.V.U.: Porque los chulavitas eran autoridad, eran agentes del Estado. Decapitaron, mutilaron y violaron, lo que terminó involucrándolos profundamente con la violencia del país. Si la autoridad podía masacrar, daba cierta licencia para que los otros se vengaran de manera igual o más sangrienta. Esa herencia podría explicar el maridaje de hay entre paras y algunos militares.

SEMANA: ¿Qué tienen en común las masacres de los años 50 con las actuales?
M.V.U.: Para una persona que ha sido entrenada para matar, asesinar a cinco o 10 personas no es mayor cosa. Pero asesinar con crueldad, sevicia y odio tiene un efecto devastador en las comunidades donde se hace. Con un 'mínimo de esfuerzo' se logra el máximo de terror. Los territorios quedan libres para que los violentos hagan lo que quieran: saquear casas, robar tierras, imponer su ley y dejar grabado el mensaje en los cuerpos y las almas de los sobrevivientes.

SEMANA:¿Cómo explica que una persona pueda cometer semejantes atrocidades contra otros?
M.V.U.: Se debe al odio acumulado, pues muchos de los que se meten a la guerrilla a los paras, o a los grupos bandoleros de La Violencia, lo hicieron por vengar la muerte o el abuso de un familiar. Yo pensaba que los perpetradores deshumanizaban a su víctima convirtiéndola en animal para facilitar el asesinato, pero es algo que estoy repensando, pues muchos de los perpetradores no son vengadores, ni tienen odios, pero terminan siendo igual o peor de asesinos que los vengadores. Las decenas de ex combatientes que he entrevistado mencionan que lo más duro es cometer el primer asesinato, pero que a partir de ese primer muerto, se rompe algo que en adelante vuelve banal la muerte.

SEMANA: ¿Cómo es ese entrenamiento que permite convertir a una persona en un asesino despiadado?
M.V.U.: Muy duro y muy violento. Lo que más impresionaba a los jóvenes que llegaban a los campos de entrenamiento era tener que descuartizar a una persona, generalmente viva. Era parte de un acto de iniciación que se hacía delante de toda la tropa. Un joven me contó que cuando entró a los paras le ordenaron matar a una persona. Frente a la duda, un compañero le dijo: "Haga de cuenta que es como despresar un pollo, por las coyunturas", y así lo hizo. Los otros muertos que vinieron después no le hicieron ni cosquillas. Su única preocupación era no quemarse con el cañón caliente del arma después de disparar muchas veces para matar.

SEMANA: ¿Pero no hay conciencia de lo que están haciendo?
M.V.U.: Mientras están aglutinados como ejército, esos son los comportamientos que se esperan de estas personas. Sólo cuando se desmovilizan toman conciencia. Es allí cuando se preguntan por lo que hicieron.

SEMANA: ¿Qué ocurre en este país para que en menos de 50 años se repitan dos barbaries y la mayoría de los colombianos siga indiferente a lo ocurrido?
M.V.U.: Que hay una desconexión muy preocupante entre las grandes ciudades y el país rural. Cuando ocurre la masacre de El Salado, en Bogotá la gente estaba pendiente de un partido de fútbol. Al igual que en La Violencia, en El Salado, Mapiripán o Bojayá, las autoridades llegaron tarde, cuando ya no podían hacer nada, a recoger muertos y testimonios.

SEMANA: ¿Qué otra diferencias resaltaría entre las dos violencias?
M.V.U.: Que ahora sí hay verdaderos ejércitos, tanto de la guerrilla como de los paras. En La Violencia las bandas tenían seis, ocho o 10 hombres, mal vestidos y mal armados. Asesinaban con machetes o con escopetas Remington.

SEMANA: ¿No cree que esto ocurrió porque los conflictos en Colombia se privatizan y no hay un Estado que sea capaz de imponer el orden?
M.V.U.: Sí, pero con esta guerra, el Estado, especialmente en las regiones, se privatizó de alguna manera. Lo increíble es que esto ocurra en un país que tiene la Corte Constitucional más progresista del continente, una Corte Suprema de Justicia vigorosa y valiente, y una Procuraduría atenta y efectiva con lo que ocurre en las regiones.

SEMANA: ¿Y el papel que desempeñaron los políticos?
M.V.U.: En los 50 estuvieron metidos hasta el fondo, promoviendo la guerra intestina y al igual que muchos de ahora, sacando provecho, usando las redes clientelistas, cooptando y usufructuando el poder del Estado y sus recursos.

SEMANA: ¿Y la Iglesia?
M.V.U.: En La Violencia fue protagonista central. Muchos sacerdotes y obispos conservadores, y unos cuantos liberales, azuzaron la guerra desde los púlpitos. Creo que aprendieron la lección y ahora desempeñan un papel fundamental a favor de la paz, al lado de la sociedad civil y de las víctimas.

SEMANA: ¿Qué hay de 'Sangrenegra' y 'Chispas' a Mancuso y 'Jorge 40'?
M.V.U.: Los primeros eran campesinos analfabetas que andaban de alpargatas y mal armados. Los paras tienen dinero, armas y ejércitos de más de 2.000 hombres.

SEMANA: ¿Cree que el paramilitarismo está terminando?
M.V.U.: No, desgraciadamente. Se desmovilizaron 30.000 pero han surgido otros grupos.

SEMANA: Si en La Violencia hubo perdón y olvido, ¿en esta habrá verdad?
M.V.U.: Esa es la gran diferencia. Todo lo que pasó en La Violencia fue enterrado, callado y sepultado, tal y como hace el gato con sus excrementos. Haciéndolo, sembramos la semilla de la violencia que vivimos ahora. Por eso lo que está pasando ahora no tiene precedentes: audiencias de paras contando lo que hicieron, políticos enjuiciados y víctimas empoderadas. Que eso esté pasando, que se sepa la verdad, nos puede salvar en el futuro de una nueva violencia. El Holocausto en Alemania no se repetirá porque los alemanes procesaron el horror que vivieron hasta el fondo.

SEMANA: ¿Qué hacer para que esta historia de terror no se vuelva a repetir?
M.V.U.: Ventilar todas las atrocidades que se cometieron, así nos duela el alma, así tengamos que oír cosas atroces. Tenemos que conversar sobre lo que pasó, entenderlo para ir socializándolo y exorcizándolo. Somos violentos, pero totalmente pasivos. Mientras no vengan por mí, mientras la guerra o la violencia no me afecten a mí, poco me importa, que cada cual se defienda. Eso tiene que cambiar. Cada muerte nos debe doler como si fuera la propia.

Reflexiones sobre la guerra en Colombia.

A propósito del drama de los secuestrados y la guerra en Colombia
Reflexiones en estos tiempos de alevosía y obnubilación.
Laop, enero 26 de 2008

En medio del unanimismo que han construido el gobierno y la gran prensa, en el país de la gran diversidad biológica, étnica y cultural, sustentado por los mismos teóricos y políticos que antes predicaban la tolerancia y el respeto a las diversas opiniones; al inicio del año 2008, los colombianos vivimos un clima de total intolerancia y un ambiente de señalamiento y descalificación a quien no profese el unanimismo oficial. Ahora resulta que no hay sino dos alternativas: se es del gobierno o se es de las FARC, se es buen ciudadano o se es agente del terrorismo. Se esta de acuerdo con exigirle a las FARC que liberen ya y sin condiciones a los secuestrados o se esta de acuerdo con la barbarie de las FARC contra gentes indefensas. Se es un buen patriota colombiano o se critica a presidente Uribe.
Pero la realidad es mucho más sencilla, muchos colombianos podemos no estar de acuerdo con las estrategias militaristas del gobierno tanto como descalificamos las de las FARC. Por lo tanto podemos no movilizarnos el próximo 4 de febrero, sencillamente porque vemos que la verdad dista mucho de lo que nos dicen quienes promueven esta movilización y sí, no nos movilizaremos, porque en medio de nuestra impotencia ciudadana, vemos que eso va en contra de la libertad de los rehenes de la guerrilla, por quienes sentimos una inmensa solidaridad.

Al presidente Uribe se le puede juzgar por muchas cosas pero menos por no pactar la paz; él nunca prometió la paz, sólo la guerra; él mismo suele decirlo: “mi triunfo electoral fue un mandato para acabar con la guerrilla por la vía militar, sin ningún tipo de concesiones”; Basta recordar que desde su discurso de posesión y luego en las primeras entrevistas, se puso fecha límite para capturar las principales cabezas dirigentes de la guerrilla: que seis meses, que de pronto un año, pero no más. Y aunque ha fracasado en los resultados, ha cumplido su palabra de hacer la guerra: Los generales y demás oficiales de alto rango debieron abreviar sus otrora placidas y prolongadas estancias en los salones de bolos, las canchas de golf y ecuestres de los clubes militares. Las tropas empezaron a patoniar, para no dar papaya, cuando antes viajaban cómodamente instalados en transportes civiles, y en lugar de estar jugando billar en las cabeceras municipales de los lugares más remotos, les tocó ir a buscar a la guerrilla al monte. Y se amplió como siempre, pero ahora con mucha mayor convicción, el número de efectivos militares, dicen que al inicio de 2008 Colombia cuenta con casi medio millón de agentes armados al servicio del Estado. Se les puso a los jefes militares cuotas de guerrilleros abatidos o capturados, como condición para acceder a algún asenso, y empezaron a aparecer resultados, aquí y allá surgieron capturas masivas de supuestos “guerrilleros”, que después fueron reconocidos como civiles inocentes, aunque muchos de ellos siguen en las cárceles, solo por estar en el momento justo y en el lugar equivocado.

Y, claro, también a la guerrilla le cambiaron los tiempos; la ofensiva militar, tan en serio, los obligó a replegarse, a ceder territorios, a cambiar sus rutinas. Unas guerrillas que durante años venían subsistiendo en la guerra, jugando a la paz con la presión de la guerra, se vieron de frente con la guerra en serio; según los informes oficiales muchos frentes guerrilleros desaparecieron o debieron cambiar de territorio o se fusionaron varios que habían perdido muchos hombres, por las bajas, las detenciones o las desmovilizaciones de quienes no aguantaron el nuevo ritmo. El éxito de los primeros tiempos de la administración Uribe llevó a los voceros oficiales a declarar la hecatombe del ELN y el arrinconamiento definitivo de las FARC.

Vino entonces el “Plan Patriota”, dicen que 10 mil soldados colombianos y centenares de asesores USA, dotados de un inmenso y moderno arsenal de guerra y de un envidiable presupuesto en dólares, fueron lanzados a las selvas del sur, tras el secretariado de las FARC. Tal parece que el plan patriota sólo ha tenido éxito en lanzar a la guerrilla a lo más profundo de la selva y en cortarle las relaciones, antes fluidas, con los principales poblados de la región. El principal logro parece reducirse a las desmovilizaciones de guerrilleros aburridos con las nuevas condiciones de la guerra. Las demás cifras muestran pocos guerrilleros abatidos, escasos los capturados y definitivamente ningún cabecilla, con excepción del llamado negro Acasio, cuyo cadáver aún no ha sido expuesto. La guerrilla en cambio se apuntó la captura en combate de tres mercenarios USA que hoy hacen parte del botín humano usado para intercambiar con el Estado.

Lo anterior es muy importante tenerlo en cuenta en estos momentos donde la gran prensa, como séquito del gobierno de Uribe, promueve una gran sensibilidad ciudadana contra los efectos de la guerra, ocultando que es una guerra que ellos mismos han atizado como única salida al conflicto social del país.

Es en ese terrible escenario de guerra que se han movido los rehenes que tiene la guerrilla, en esas condiciones impuestas por la guerra es que vino al mundo, en mala ventura, el bebé tan mentado: Emmanuel. De tal modo que es puro cuento ver a cualquiera de los secuestrados, militares o civiles, en malas condiciones, viviendo el infierno de una guerra que ellos no imaginaban de tal crudeza, y la mayoría, además, tampoco estaban preparados para ello y ni siquiera se lo merecen, y atribuirlo sólo a la maldad de las guerrillas.

Un análisis desideologizado de la situación permite ver que las guerrillas han ofrecido a sus rehenes lo máximo que les pueden ofrecer en semejante escenario de guerra. Lo que definitivamente no se merece ningún ser humano es verse enfrentado a semejante guerra, con la crudeza y los elementos de barbarie que ha adquirido la guerra en Colombia.

Pero en eso no piensan y más bien lo ocultan, quienes alaban al presidente Uribe cada día que anuncia su decisión inquebrantable de seguir adelante con su proyecto de guerra. Claro, ya lo dije, Uribe nunca ofreció la paz sino la guerra y por ello para evaluarlo hay que tomar en cuenta dos aspectos: los resultados o logros de la guerra y las consecuencias. Y entre ellas, la consecuencia más hiriente es la que tiene que ver con el compromiso de la vida humana y su dignidad. Otra consecuencia muy evidente es haber fortalecido el aspecto militarista de las FARC, de modo que con dos propósitos opuestos, los guerreristas en el gobierno y en las guerrillas tienen un horizonte común: legitimarse a través de la guerra.

Volviendo al caso de los secuestrados por la guerrilla, eso también tiene su historia, y recuérdese que quien no conoce la historia, no comprende el presente ni puede prever el futuro. Hasta una época, década de los ochenta, la guerrilla solía “fusilar” a los oficiales y militares profesionales que no se rendían ante una toma de las que la guerrilla suele hacer de los pequeños pueblos y las inspecciones de policía rurales o en las emboscadas; pero llegó un momento en que empezaron a considerar, no precisamente por humanismo, que esos militares vencidos podrían llegar a convertirse en un valioso botín de guerra, para ser, entre otras posibilidades, intercambiados por los guerrilleros detenidos y presos. Así empezaron a salvar sus vidas muchos agentes armados del Estado, que antes habrían perecido a manos de la guerrilla. La historia de esta estrategia de la guerrilla ha sido muy triste, recuérdese que un ex presidente llegó a afirmar que ese era un buen negocio ya que cada soldado secuestrado suponía una inversión en recursos logísticos y en guerrilleros para la custodia, que de esa manera eran sustraídos a la capacidad de combate de la guerrilla. Con este “inteligente” análisis el ex presidente justificó su desinterés para pactar un posible intercambio de seres humanos con la guerrilla. Años después la guerrilla pareció darle la razón a aquel gobierno, cuando, con el pretexto de un gesto de buena voluntad en el marco del proceso de paz con el gobierno de Pastrana, liberó, de manera unilateral, varios centenares de policías y soldados de bajo rango, cuidándose de conservar los de mayor jerarquía o peso, para sus planes de intercambio. Además la guerrilla sumó a su estrategia la de capturar civiles que, por su condición económica o su rol político, pudieran servir de mayor presión para sus planes de intercambio de “Presos”, sin importar que como los casos de Ingrid o el gobernador de Antioquia, se tratase de políticos con perfiles que posibilitarían en otras épocas alianzas políticas con la izquierda. Recuérdese la historia de los actos audaces asumidos por la guerrilla para incrementar con civiles su triste botín de guerra.

Para las guerrillas, aunque suene muy lapidario o insensible decirlo, el de los secuestrados es apenas un negocio dentro de la guerra. Ellos han invertido muchos recursos en una mercancía humana que necesitan intercambiar rápido pero con utilidades evidentes; como cualquier productor que fabrica unos zapatos que no va a usar sino a intercambiar, mientras no los intercambie por dinero, no habrá ganancia real.

Esto también lo ocultan quienes ahora ven el problema de los secuestrados como un asunto sin historia. Claro que Uribe tampoco ha prometido nunca algún tipo de concesiones o tratos en su guerra. Es claro que para el presidente Uribe el de los secuestrados no es un asunto para resolver pactando sino una razón más para agudizar la guerra. Como buen guerrero civil sabe que la guerra supone muertos, y unos más o unos menos, nada quitan o ponen si se gana la guerra.

El centro del asunto no esta en los seres humanos rehenes sino en la estrategia de no reconocer la existencia de la guerra que se promueve. En Colombia no hay una guerra, dice el gobierno, sino una democracia ejemplar que es atacada por bandas de terroristas, sanguinarios y movidos sólo por el interés del negocio del narco trafico. Ese, y no el ser un botín humano de la guerrilla, es el principal problema de los secuestrados. Uribe considera que cualquier pacto de intercambio de personas es un mal negocio puesto que permite que se interprete como que en Colombia si hay una guerra y que las guerrillas son parte de las diversas fuerzas de oposición al gobierno. Pensando así es normal y coherente que el gobierno de Uribe se vea en la necesidad de oponerse de manera abierta o soterrada al llamado intercambio humanitario.

Por lo menos las llamadas causas objetivas para la rebeldía o las razones que justifican la crítica a esta democracia, abundan. Señalemos sólo dos de muchas posibles:

El año 2007 la UNICEF, organismo de las naciones unidas ocupado de los niños, la mujer y la familia, publicó a nivel mundial un estudio en el que se muestra un triste panorama de la situación de la infancia colombiana: En Colombia durante el año 2006 murieron 77.945 niños de menos de cinco años, de los cuales 16.456 eran bebes de menos de un año, a causa de enfermedades asociadas con el hambre y el saneamiento básico, y por lo tanto perfectamente prevenibles y evitables. Y estas muertes, que no aparecen en la gran prensa, ni ponen tristes a los grandes directores de los noticieros, no son un asunto del azar sino la consecuencia lógica de las políticas neoliberales que se han aplicado con todo rigor mientras al pueblo se le habla de paz y de guerra. Mientras exista un niño en la calle, mientras haya niños con hambre, mientras ocurra que un sólo niño muera por causa de la miseria, la democracia formal será sólo una fachada que nunca ocultará la injusticia social ni impedirá la rebeldía subsiguiente.

Al empezar el nuevo año 2008, el gobierno anunció el gran logro de la DIAN: el recaudo de impuestos del año 2007 llegó a representar el 17% del producto interno bruto, PIB, colombiano; lo que equivale a decir que la economía colombiana crece gracias a los impuestos que pagan los más pobres, que son, por la vía del IVA, los que, por ser más numerosos, más pagan y, por poseer ingresos miserables, son los que mayor porcentaje de sus ingresos gastan en pagar impuestos. De modo que estamos ante una gran democracia para la cual el 17% de lo producido no es nuevo valor creado por la explotación social de la naturaleza o por la valoración productiva del trabajo humano, sino por la habilidad alcabalera de un Estado antisocial. Y eso, la importancia del recaudo de impuestos, tampoco surge de la nada, es el resultado de que se ha ido descapitalizando a la nación colombiana, se han feriado las empresas mas rentables y los recursos minerales y energéticos del país. Y por eso el dinero que antes se obtenía de la gestión empresarial del Estado, ahora lo deben aportar, por la vía de los impuestos, los más pobres.

La historia nos habla:
En medio de este escenario de obnubilación de la opinión pública efectuado por el gobierno, resulta muy curioso ver que una telebobela de Caracol TV, en horario triple A, muestra en sus primeros capítulos un pasaje histórico muy diciente: En febrero de 1971, las tropas entran por vez primera a la Universidad pública, en la Univalle: El hecho ocasionó una masacre de jóvenes, que inspirados en el romanticismo, el hippismo y en el humanismo social, se oponían a los primeros pasos de la implementación del modelo neoliberal y por consiguiente el desmonte de la seguridad social, en este caso privatización de la universidad publica colombiana. De aquellas épocas de movilización ciudadana y de verdadera participación ciudadana no obnubilada, se pueden recordar también los paros de los médicos al seguro social y el gran paro cívico que enfrentó el gobierno de López.

Pero luego vendría el llamado Estatuto de seguridad nacional y con él el inicio de un plan de para militarización global del Estado Colombiano, y la guerra interna en Colombia tomaría un nuevo rumbo, o mejor retomaría el rumbo que había ensayado con la llamada violencia de los años 50s.

Ante la fabricada indignación por la suerte de los secuestrados y el unanimismo que ello exige según el gobierno y la gran prensa, desaparecieron los temas de la para política y los paramilitares; se siguen destapando fosas, cada día se suman cifras a los miles y miles de muertos del pueblo, se publican ejemplos de comandantes del paramilitarismo que confiesan como mínimo de 100 asesinatos hacia arriba hasta sumas inverosímiles, como 5 mil por una sola persona, asesinados en un plan de pacificación, por bandidos cobijados por las fuerzas oscuras del Estado; los miles de desplazados siguen arrastrando su drama, encontrándose allí muchos niños en condiciones similares y hasta peores que las de Emmanuel; y miles de madres, esposas e hijos siguen a la espera de que al menos les den noticia del lugar donde fueron tirados los cuerpos descuartizados de sus seres queridos; los nuevos barones de la tierra la usufructúan a su provecho sin que la ley pueda importunarlos; aniquilada la USO, el sindicato de trabajadores de Ecopetrol, por el asesinato de muchos de sus mejores lideres, calificados de guerrilleros, el gobierno ha iniciado el proceso de venta de la principal empresa rentable del país. Y este otro aspecto del drama de una guerra de aspectos y dimensiones bárbaras desapareció de la sensibilidad de la opinión publica. El gran logro político del gobierno con la gran movilización de la opinión publica en contra del secuestro, no parece ser el lograr que las guerrillas se vean forzadas a devolver los rehenes sino el de tender un gran manto de silencio que facilite la impunidad anhelada para los agentes civiles y armados del paramilitarismo.

Ahora resulta que la guerra en Colombia, que no existe, enfrenta a dos bandos que no tienen otros propósitos diferentes que la guerra misma. Las guerrillas son sólo bárbaros bandidos sin objetivos políticos, y el gobierno guerrerista tampoco posee planes económicos u otros intereses que se beneficien con la guerra.

La realidad es muy diferente: la guerra en Colombia no es un cuento inventado por opositores del gobierno, sino un largo, complejo y dilatado asunto que ha determinado la historia de la nación. Los llamados paramilitares de los años noventa, bajo el cobijo legal de ser autodefensas campesinas, y con el pretexto de hacer justicia ante los abusos de la guerrilla, no hicieron otra cosa que adelantar para el Estado una fase inicial de reofensiva militar irregular, de re distribución de la tierra y de control de los grandes megaproyectos de inversión del gran capital internacional. En lo militar se trató de una estrategia centrada en acabar con las bases sociales de la guerrilla, por lo cual todo vecino del campo o la ciudad, en las regiones donde la guerrilla tenía presencia y también todo intelectual, o sindicalista o líder cívico, que pudiera tener vínculos de identidad ideológica con la izquierda, fue etiquetado de guerrillero y pasado por las armas, en procesos sanguinarios que más que matar buscaban sembrar terror y desplazar poblaciones para aislar a las guerrillas. Y esto no fue un asunto de unos bandidos sanguinarios y perversos, ni una serie de hechos aislados, al contrario, el proceso creó esos bandidos y propició una realidad general: la para militarización del Estado Colombiano. Y cuando la pacificación ilegal ya había dado los primeros frutos esperados, llegó el anuncio oficial del candidato Uribe: Una guerra legal y democrática a muerte a una guerrilla que se creía ya en jaque mate, promovida bajo la consigna de gobierno de ”Seguridad democrática”.

Con las anteriores reflexiones he querido decir lo que todos saben, pero lo he querido resaltar para indicar que en medio de este clima de guerra, manipulado con base en la sensibilidad que generan los efectos de la guerra sobre la vida humana, y mostrándolo de manera diferencial resaltando sólo el dolor y la desgracia ocasionados a un lado, es necesario hacer énfasis en los intereses que motivan y sostienen la guerra y luego en la guerra misma.

La guerra de verdad no es lo que la gran prensa gringa nos muestra cuando informa de las invasiones “humanitarias” de USA en diversos lugares del mundo, ni la ternura de corazón grande y manos firmes con que Uribe nos anuncia sus planes de guerra. De manera que, quienes hoy se horrorizan de los efectos de la guerra, vuelvo y digo, sólo por lo que hacen las guerrillas, deberían recordar lo que el presidente Uribe, les recuerda cada que quiere: él fue elegido para hacer la guerra, y eso tiene sus consecuencias.

Es necesario condenar esta guerra por injusta, pero antes es necesario hacerla evidente, y ello supone no apoyar al gobierno en la estrategia perversa de negar la guerra y hacer la guerra. Hay que parar la guerra. No es a las FARC a las que hay que presionar para que acepten liberar a los rehenes, es al gobierno al que hay que exigirle que negocie ya el intercambio humanitario con las guerrillas. No es necesario estar de acuerdo con el secuestro, ni con las FARC, para oponerse a la estrategia del presidente Uribe de dilatar el intercambio humanitario y sustituirlo por estratagemas engañosas. Al igual que una vez liberada doña Clara, se hizo necio e inoficioso saber sobre el ADN de Emmanuel, lo que se requiere no es diagnosticar el estado de salud de los rehenes que tiene la guerrilla, sino propiciar su inmediata liberación y para eso el camino más breve y seguro es el intercambio humanitario.

Esta guerra, como todas las modernas guerras promovidas por los gobiernos, se sustenta en el valor de la mentira y la desinformación a la opinión publica. Es inmenso el inventario de las mentiras y de él citaré un sólo ejemplo muy reciente:

“Yo doy fe de que no ha habido bombardeos ni operaciones militares en la zona donde se espera que la guerrilla haga la entrega unilateral de secuestrados”. Luis C. Restrepo, Alto comisionado para la paz, navidad año 2007.

“Esos son enredos de la guerrilla, las tropas no están obstaculizando la entrega de los secuestrados sino facilitándola y lo que las FARC deben hacer es entregarlos a todos cuanto antes, eso es muy sencillo es sino que los dejen en cualquier lugar, en una vereda, en un puesto de salud y nos llamen y nos informen y nosotros vamos y los recogemos” Juan M. Santos ministro de defensa, en declaraciones en navidad de 2007

Una vez liberadas, las señoras, ambas, afirmaron que el operativo de entrega no se había podido efectuar por navidad ya que los intensos bombardeos y los operativos militares en la zona no lo permitían y que ellas llevaban más de 20 días caminando por la selva para estar a salvo de esos operativos. Ante esta mentira develada, no ha habido un sólo periodista que le pregunte al señor ministro por su rectificación. Y la estrategia de los modeladores de la opinión pública fue muy regular: mandar de vacaciones al comisionado de paz y alejar de los medios al ministro durante los primeros días, poniendo en su reemplazo al ministro de agricultura a cumplir su papel de cosiaca.

Por eso, detrás de las posturas de humanismo, que quiere mostrar Uribe en Europa, al promover que se le exija a las FARC que acepte el ingreso de una comisión médica de la cruz roja para atender a los rehenes, además de táctica dilatoria, vuelvo y lo digo, no es más que otra estrategia militarista de guerra: Posiblemente se busca que entre los funcionarios de la cruz roja se filtre uno que pudiera dotar a los rehenes de un emisor de señales de radio que permita su rastreo desde los satélites y su seguimiento terrestre con un sencillo GPS. Así el rescate militar tendría mejores posibilidades y si en la refriega se mueren los rehenes, eso siempre será culpa de las FARC, que es la que los secuestró.

Engañar a la opinión pública adobando como humanista una audaz estrategia de guerra, es un rasgo que define muy bien la situación ante la cual nos vemos enfrentados los colombianos del común.

Y por último quiero señalar otro hecho curioso: Cuando el populista presidente de Venezuela, Hugo Chávez propuso que le reconocieran a las FARC la condición de fuerza insurgente y le quitaran el calificativo de terrorista, el gobierno obtuvo un manjar para desviar las consideraciones de la opinión pública y para descalificar a Chávez. Pero, otra vez la historia: casi todos los últimos gobiernos colombianos les han quitado a las guerrillas el calificativo de terroristas y los han reconocido y les han suspendido las ordenes internacionales de captura, lo hizo Belisario, también Gaviria y luego Pastrana. Y nunca se dijo que, por eso, esos gobiernos eran colaboradores de la guerrilla. Y lo hicieron simplemente porque si no lo hacen no es legal negociar con la guerrilla. De tal modo que todo el escándalo que la propuesta de Chávez ha generado sólo hace evidente un asunto: el gobierno y la gran prensa trabajan de la mano para promover la guerra y en nada les interesa la paz. Chávez se deschavetó, porque para considerar la posibilidad de quitar el calificativo de terroristas a las FARC lo primero que se requiere es estar interesado en un proceso de paz y es evidente que el presidente Uribe no fue elegido para hacer la paz. Pero fue Uribe quien posiblemente hizo equivocar a Chávez, pues Uribe siempre que le habían hablado de intercambio, enredaba el asunto condicionándolo a un proceso de paz, que tampoco le interesa a las FARC en este momento.

Tal parece que el 4 de febrero, veremos a muchos ciudadanos de bien marchando en apoyo a las estrategias guerreristas de Uribe, obnubilados por los diseñadores de la opinión pública y movidos por lo más típico y valioso que tenemos los seres humanos: nuestra inmensa sensibilidad ante el dolor y la agresión a la dignidad de la vida humana. Y no es raro en la historia: mientras Hitler invadía y masacraba pueblos, la opinión publica Alemana consideraba que el líder Nazi le estaba devolviendo la dignidad a los alemanes y estaba promoviendo la prosperidad y la paz nacional. Y también mientras la dictadura militar Argentina masacraba a la oposición y sus jóvenes soldados morían como moscas en la guerra de las Malvinas, declarada como señuelo de distracción, la gran prensa nada informaba de las mazmorras y anunciaba en grandes titulares los avances exitosos de la guerra. Al final la luz se encendió, se supieron las verdades que ocultaban los nazis y los militares argentinos, pero en ambos casos fue demasiado tarde, era ya mucho el dolor y la tragedia ocasionados.

Esperemos que en nuestro caso sea un poco menos tarde el momento en que se encienda la luz que acabe con la horrible noche que no cesa ya sino en la letra del himno nacional.
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Date: Sat, 26 Jan 2008 10:37:53 -0500
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Subject: Correo de Luis Alberto Ossa Patiño, Ecolym - Fundager, Pereira, Colombia. Enero 26 de 2008. Incluye siete textos adjuntos.