sábado, 26 de enero de 2008

Violencia en Colombia...

María Victoria Uribe, miembro de la Comisión de la Memoria, habla sobre las similitudes y las diferencias de La Violencia de los años 50 y con la que vivió el país en los últimos años

ENTREVISTA
“Cada muerte nos debe doler como si fuera la propia”
¿Por qué en menos de medio siglo hemos vivido dos olas de barbarie?
Fecha: 12/08/2007 -1336

La antropóloga María Victoria Uribe, miembro de la recién creada Comisión de la Memoria, ha estudiado como pocos los métodos de terror que se han usado en Colombia. A sus estudios sobre la Violencia de los años 50 publicados en las últimas dos décadas, se suman recientes investigaciones sobre las masacres y los crímenes de los paramilitares de los años 90. SEMANA habló con ella sobre ambas épocas.

SEMANA: ¿En que se parecen la violencia de los años 50 y la actual?
MARÍA VICTORIA URIBE: Que tanto la una como la otra son una carnicería, una atrocidad y una barbarie de la que no se habla mucho, y que cuando se hace, tildan a la persona de morbosa. Los colombianos deben saber que tanto en La Violencia como en esta guerra que vivimos, miles y miles de personas fueron asesinadas, torturadas y mutiladas.

SEMANA: ¿Qué ha cambiado de esa violencia a la de hoy?
M.V.U.: Cambiaron los métodos para matar. Ahora la carnicería es más eficiente. Se mata con armas de fuego y con motosierra.
SEMANA: ¿Por qué no basta con sólo matar?
M.V.U.: Matar es un procedimiento de la guerra, en cambio rematar y contramatar es un mensaje extra que se les está enviando a los que sobreviven. No es lo mismo matar de un tiro que matar decapitando, haciendo el corte de franela, de corbata, o de mica; desangrando al otro.

SEMANA: ¿En las dos épocas se buscaban los mismos objetivos?
M.V.U.: Los paramilitares descuartizan generalmente por pragmatismo, porque es más fácil enterrar o tirar al río el cuerpo 'picado'. Mientras en la época de La Violencia el cuerpo era sometido a todo tipo de cortes, desbaratamientos y deformaciones.

SEMANA: Usted ha dicho que la policía chulavita fue la que desató la barbarie en los años 50 ¿ por qué?
M.V.U.: Porque los chulavitas eran autoridad, eran agentes del Estado. Decapitaron, mutilaron y violaron, lo que terminó involucrándolos profundamente con la violencia del país. Si la autoridad podía masacrar, daba cierta licencia para que los otros se vengaran de manera igual o más sangrienta. Esa herencia podría explicar el maridaje de hay entre paras y algunos militares.

SEMANA: ¿Qué tienen en común las masacres de los años 50 con las actuales?
M.V.U.: Para una persona que ha sido entrenada para matar, asesinar a cinco o 10 personas no es mayor cosa. Pero asesinar con crueldad, sevicia y odio tiene un efecto devastador en las comunidades donde se hace. Con un 'mínimo de esfuerzo' se logra el máximo de terror. Los territorios quedan libres para que los violentos hagan lo que quieran: saquear casas, robar tierras, imponer su ley y dejar grabado el mensaje en los cuerpos y las almas de los sobrevivientes.

SEMANA:¿Cómo explica que una persona pueda cometer semejantes atrocidades contra otros?
M.V.U.: Se debe al odio acumulado, pues muchos de los que se meten a la guerrilla a los paras, o a los grupos bandoleros de La Violencia, lo hicieron por vengar la muerte o el abuso de un familiar. Yo pensaba que los perpetradores deshumanizaban a su víctima convirtiéndola en animal para facilitar el asesinato, pero es algo que estoy repensando, pues muchos de los perpetradores no son vengadores, ni tienen odios, pero terminan siendo igual o peor de asesinos que los vengadores. Las decenas de ex combatientes que he entrevistado mencionan que lo más duro es cometer el primer asesinato, pero que a partir de ese primer muerto, se rompe algo que en adelante vuelve banal la muerte.

SEMANA: ¿Cómo es ese entrenamiento que permite convertir a una persona en un asesino despiadado?
M.V.U.: Muy duro y muy violento. Lo que más impresionaba a los jóvenes que llegaban a los campos de entrenamiento era tener que descuartizar a una persona, generalmente viva. Era parte de un acto de iniciación que se hacía delante de toda la tropa. Un joven me contó que cuando entró a los paras le ordenaron matar a una persona. Frente a la duda, un compañero le dijo: "Haga de cuenta que es como despresar un pollo, por las coyunturas", y así lo hizo. Los otros muertos que vinieron después no le hicieron ni cosquillas. Su única preocupación era no quemarse con el cañón caliente del arma después de disparar muchas veces para matar.

SEMANA: ¿Pero no hay conciencia de lo que están haciendo?
M.V.U.: Mientras están aglutinados como ejército, esos son los comportamientos que se esperan de estas personas. Sólo cuando se desmovilizan toman conciencia. Es allí cuando se preguntan por lo que hicieron.

SEMANA: ¿Qué ocurre en este país para que en menos de 50 años se repitan dos barbaries y la mayoría de los colombianos siga indiferente a lo ocurrido?
M.V.U.: Que hay una desconexión muy preocupante entre las grandes ciudades y el país rural. Cuando ocurre la masacre de El Salado, en Bogotá la gente estaba pendiente de un partido de fútbol. Al igual que en La Violencia, en El Salado, Mapiripán o Bojayá, las autoridades llegaron tarde, cuando ya no podían hacer nada, a recoger muertos y testimonios.

SEMANA: ¿Qué otra diferencias resaltaría entre las dos violencias?
M.V.U.: Que ahora sí hay verdaderos ejércitos, tanto de la guerrilla como de los paras. En La Violencia las bandas tenían seis, ocho o 10 hombres, mal vestidos y mal armados. Asesinaban con machetes o con escopetas Remington.

SEMANA: ¿No cree que esto ocurrió porque los conflictos en Colombia se privatizan y no hay un Estado que sea capaz de imponer el orden?
M.V.U.: Sí, pero con esta guerra, el Estado, especialmente en las regiones, se privatizó de alguna manera. Lo increíble es que esto ocurra en un país que tiene la Corte Constitucional más progresista del continente, una Corte Suprema de Justicia vigorosa y valiente, y una Procuraduría atenta y efectiva con lo que ocurre en las regiones.

SEMANA: ¿Y el papel que desempeñaron los políticos?
M.V.U.: En los 50 estuvieron metidos hasta el fondo, promoviendo la guerra intestina y al igual que muchos de ahora, sacando provecho, usando las redes clientelistas, cooptando y usufructuando el poder del Estado y sus recursos.

SEMANA: ¿Y la Iglesia?
M.V.U.: En La Violencia fue protagonista central. Muchos sacerdotes y obispos conservadores, y unos cuantos liberales, azuzaron la guerra desde los púlpitos. Creo que aprendieron la lección y ahora desempeñan un papel fundamental a favor de la paz, al lado de la sociedad civil y de las víctimas.

SEMANA: ¿Qué hay de 'Sangrenegra' y 'Chispas' a Mancuso y 'Jorge 40'?
M.V.U.: Los primeros eran campesinos analfabetas que andaban de alpargatas y mal armados. Los paras tienen dinero, armas y ejércitos de más de 2.000 hombres.

SEMANA: ¿Cree que el paramilitarismo está terminando?
M.V.U.: No, desgraciadamente. Se desmovilizaron 30.000 pero han surgido otros grupos.

SEMANA: Si en La Violencia hubo perdón y olvido, ¿en esta habrá verdad?
M.V.U.: Esa es la gran diferencia. Todo lo que pasó en La Violencia fue enterrado, callado y sepultado, tal y como hace el gato con sus excrementos. Haciéndolo, sembramos la semilla de la violencia que vivimos ahora. Por eso lo que está pasando ahora no tiene precedentes: audiencias de paras contando lo que hicieron, políticos enjuiciados y víctimas empoderadas. Que eso esté pasando, que se sepa la verdad, nos puede salvar en el futuro de una nueva violencia. El Holocausto en Alemania no se repetirá porque los alemanes procesaron el horror que vivieron hasta el fondo.

SEMANA: ¿Qué hacer para que esta historia de terror no se vuelva a repetir?
M.V.U.: Ventilar todas las atrocidades que se cometieron, así nos duela el alma, así tengamos que oír cosas atroces. Tenemos que conversar sobre lo que pasó, entenderlo para ir socializándolo y exorcizándolo. Somos violentos, pero totalmente pasivos. Mientras no vengan por mí, mientras la guerra o la violencia no me afecten a mí, poco me importa, que cada cual se defienda. Eso tiene que cambiar. Cada muerte nos debe doler como si fuera la propia.